Tejas
Verdes es ese restaurante en el que todo el mundo que va por primera vez se
pregunta: “¿por qué no lo he conocido
antes?”. San Sebastián de los Reyes y Alcobendas son dos ciudades del
norte de Madrid prácticamente unidas, y en pleno núcleo urbano de la primera
existe una finca de nada menos que una
hectárea de extensión que esconde un elegante caserón de estilo castellano,
rodeado de jardines y arboleda, construido hace más de 50 años por la familia
de origen vasco Mayoral San Sebastián, grandes amantes de la arquitectura y de
la gastronomía. Las tejas que iban a ser (y son) la cubierta del tejado a
dos aguas del edificio se acumularon durante su construcción y la humedad hizo
que apareciera musgo, adquiriendo una tonalidad verde, por lo que el nombre del restaurante familiar estaba decidido: “TEJAS
VERDES”.
En la actualidad Millán y Álvaro, -nietos
de los fundadores de esta casa-, están al frente del negocio con la misma
pasión y profesionalidad que su familia. Porque en Tejas Verdes la filosofía y la intención del restaurante está clara
desde que traspasas el portalón de entrada: hacerte feliz, tanto con sus
recetas como en el entorno único donde se ubica, y es que te sientes
invadido por una desconexión y sosiego que sólo se explican una vez que lo has
conocido; el tiempo se para y cada
rincón del restaurante esconde objetos llenos de historia y de magia; altos
techos de madera, cerámicas de Talavera y Puente del Arzobispo, antiguos aperos
de labranza, acogedoras chimeneas para los meses de invierno, y hasta un
peculiar torno traído de un convento de monjas de clausura.
La
cocina de Tejas Verdes es una cocina de sensaciones, una cocina honesta en la
que se rinde homenaje al producto elaborado con el máximo respeto. Recetas
de origen vasco, -como sus fundadores-, de corte tradicional te atraen desde
que lees la carta: txipirones en su tinta, kokotxas al pil pil, alcachofas con
almejas, lubina a la sal, rodaballo al horno, junto con las croquetas caseras
de jamón, la paletilla de cordero lechal de Segovia (IGP), morcilla de Burgos,
jamón Maximilliano de Jabugo, o el chuletón de ternera blanca de Ávila.
Y
la tradición no está reñida con algunas elaboraciones más innovadoras, como los
rulos de cecina rellenos de foie con
dulce de membrillo, el steak tartare
de solomillo del Valle del Tiétar que se prepara al momento delante del
comensal, el tataki de presa ibérica
con arbequina y avellana o de atún rojo con germinados, sin olvidarme de la
hamburguesa de Angus que hace las
delicias de los más pequeños (y hay que decir, que también de los no tan
pequeños).
El
capítulo dulce de la carta es de lo más tentador, postres todos elaborados en
casa como la tarta Tatin de
manzana, arroz con leche con costra quemada elaborado como se hacía antes,
leche frita con helado de leche merengada y unas trufas para acompañar el café
que, he de confesar, crean adicción. No quería olvidarme de apuntar que la
carta cuida mucho y se preocupa por informar en todo momento al cliente sobre
los alérgenos. La bodega ha sido
cuidadosamente seleccionada para armonizar todas las propuestas, con
destacadas referencias de las diferentes denominaciones de origen.
Un
mágico porche rodea el edificio que, en primavera y verano se abre a una amplia
terraza ajardinada en la que, además de comidas y cenas, también
se organizan celebraciones familiares en las que todos los miembros de la
familia disfrutan: los adultos porque se escapan de la ciudad y de la rutina
saboreando una relajada comida y los peques porque tienen libertad para
corretear por el enorme jardín de la finca sin ningún peligro de tráfico.
En
Tejas Verdes el placer gastronómico y la desconexión total están garantizados.
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